Uno
de los tiempos de más reflexión dentro de la Iglesia es la Cuaresma, la cual,
inicia con un signo de profundo significado, aunque parezca irrelevante, y
precisamente es la imposición de cenizas, en donde nos reconocemos frágiles
como una taza de barro, y recordamos que del polvo venimos y al polvo
volveremos; en un significado más espiritual, cabrían las palabras “de Dios
venimos y a Dios volveremos”, Él fue quien nos hizo, a Él le pertenecemos.
La
cuaresma es un período en el que el cristiano tiene un arduo combate
espiritual, y de esta manera, prepararnos para una gran fiesta, la Pascua de
nuestro Señor Jesucristo, el paso de la muerte a la vida. Para comprender el
valor de la fiesta más grande de la Iglesia, la cual es el centro de nuestra
fe, es necesaria una preparación a través del ayuno, la oración y la
abstinencia, pero lo más importante es la disposición a que Jesús restaure
nuestras vidas, lo que hace de la cuaresma, no sólo un tiempo de conversión,
sino también de restauración.
1.
La Cuaresma no es un invento nuevo
A
mediados del siglo II d. C., la Iglesia comienza a celebrar el Misterio Pascual
de Jesucristo (Pasión, Muerte y Resurrección), sin embargo, a medida en que
celebraban esta fiesta cada año, se dieron cuenta de la necesidad de una
preparación espiritual para la celebración de este misterio, naciendo así un
espíritu de ayuno y oración los días viernes y sábado antes del Domingo de
Pascua.
En
otros lugares, esta práctica piadosa duraba una semana, precisamente la semana
previa al Domingo Pascual, pero es en el siglo IV en donde viene a tener una
estructura de cuarenta días, influenciados por las exigencias del catecumenado,
que sostenían una preparación ardua a quienes iban a recibir los Sacramentos de
Iniciación y de Reconciliación que duraba seis semanas, tiempo al que llamaron quadragesima, mejor conocido como cuaresma.
El
ayuno cuaresmal causó algunas reservas con respecto a la celebración
Eucarística, debido a que rompía el ayuno; a medida en que pasaban los años,
fueron flexibilizando dicha situación hasta crear un formulario propio para la
Eucaristía en el tiempo cuaresmal. En el siglo V, para compensar los Domingos
en los que se rompía el ayuno, quisieron vivir un intenso período de
penitencia, los días miércoles y viernes antes del primer Domingo de cuaresma.
Los miércoles antes de dicho Domingo, los que iban a recibir el sacramento de
la reconciliación, ingresaban a la Iglesia con la Imposición de cenizas; esta
tradición desapareció, pero se instituyó en la Iglesia la imposición de cenizas
para todos los fieles, naciendo así el miércoles de ceniza.
2. ¿Por qué 40
días?
El
número 40 contiene un profundo significado dentro de las Sagradas Escrituras y
la Historia de la Salvación. Fueron cuarenta los días en los que se purificó la
tierra luego de la maldad de los hombres de aquél tiempo; fueron cuarenta los
días de Moisés y Elías previos a su encuentro con Dios, cuarenta fueron los
días empleados por Jonás, para alcanzar el arrepentimiento de Nínive y fueron
cuarenta los días en los que Jesús estuvo en el desierto, preparándose con el
ayuno y la oración para su ministerio público, entre otros sucesos en donde
sale a relucir este importante número.
Sin
embargo, más allá de la cantidad de días o semanas de penitencia, este tiempo
consiste en cuarenta oportunidades para volver a Dios y comenzar de nuevo, es
un tiempo de gracia, en donde Dios revela su misericordia y el hombre se
entrega a él. En esta vida, la preparación a diversas cosas es muy importante,
y es fatal vivir diversos acontecimientos sin una preparación; es imposible
vivir la alegría de la Pascua sin pasar antes por una conversión radical, en
donde se asuma el árbol de la Cruz como bandera de nuestra vida, pues, sin
Pasión no hay gloria.
Más
allá de ver lo tedioso que son estos cuarenta días, veámoslo con ojos de
agradecimiento, es Dios quien viene a nuestro encuentro a acompañarnos en el
desierto, en donde el mismo Jesús estuvo a prueba; es Dios quien viene a
restaurarnos, a hacernos de nuevo; estos cuarenta días son para darle una
apertura a nuestro corazón, y dejar que Dios haga su obra.
3.
Misericordia quiero, no sacrificios
Es
común que nuestras prácticas piadosas dentro de la cuaresma sean vistas como
algo extraño, sin sentido, de poco valor, en resumen, una locura, ¡hasta
aburrido y triste se vuelve este tiempo! Desde las canciones hasta el decoro de
la Iglesia. Pero ¿es esa nuestra concepción de ser cristianos? ¿Somos
cristianos sólo de triduo pascual? ¿Somos cristianos que queremos resucitar sin
pasar por la cruz?
Los
sacrificios se vuelven tediosos si no vivimos su verdadero sentido, es inútil
hacer un ayuno sin compartir nuestro pan, es inútil realizar tantos
sacrificios, sin pensar en las necesidades de mis hermanos. En la cuaresma, la
misericordia tiene que relucir, no se trata sólo de una simple comprensión a
los problemas de los demás, sino que se trata de asumirlos y encarnarlos en
nuestra realidad, desde las realidades económicas o sociales hasta las
realidades humanas.
El
sentido de nuestras prácticas piadosas, es encarnar el dolor humano que tuvo
Cristo en su Pasión y Muerte, pero también es vivir el Amor Divino por el cual
Cristo quiso entregarse por nosotros. Las prácticas piadosas, más allá de lo
tediosas que se puedan volver, así como los cantos con un mensaje monótono y
triste, nos deben llevar a reflexionar; todo esto es acompañar a Jesucristo en
el desierto, en el camino de la cruz y en el calvario; sería injusto dejar solo
a aquél, que en medio de nuestros desiertos, calvarios y cruces, nunca nos ha
dejado solos.
De
nada sirven los sacrificios, si dejamos entrar en nuestro corazón tantas cosas
vanas y sin sentido, que no nos traen felicidad, sino que, aunque conllevan a
placeres, la tristeza abunda en nuestras vidas. Sería bueno leer el mensaje del
Papa Francisco este año, claro nos recuerda las consecuencias del ingreso de la
maldad a nuestras vidas, apaga el amor; no tiene sentido un sacrificio sin
amor, porque el sacrificio de la cruz se ha convertido, desde un sacrificio
doloroso a un sacrificio amoroso.
Hermanos,
vivamos la cuaresma, a pesar de que sea una locura, pues la vida de Jesús fue
una locura absoluta para los hombres; lamentablemente para la sociedad, las
obras de bondad siempre causan molestias y son catalogadas como locura, pero es
la hora de aumentar dichas locuras. Si la cruz y el amor fuesen locura, sería
más cuerda dicha locura que la cordura de quienes son sensatos. Morir para el
mundo es una locura, pero vivir en Cristo y para Cristo es una felicidad plena.
Que nuestra vida sea una eterna cuaresma: una preparación intensa para vivir la
Pascua Eterna en el Reino Celestial con nuestro Señor Jesucristo.
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